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Pantojita: el lustrabotas que dejó su brillo infinito

Era lustrabotas, sí, pero también era organizador de sonrisas, gestor de esperanza, constructor de momentos felices

Fuente: Por: Danitza Pamela Montaño T

01/07/2025

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Cada ciudad tiene un corazón escondido entre sus calles, alguien que no figura en estatuas ni en placas, pero que deja huellas profundas en la memoria colectiva. En Tarija, ese corazón tenía nombre, sonrisa constante y un cajón de lustrabotas a cuestas: Raúl Pantoja, el entrañable “Pantojita”.


Lo veían siempre en la plaza, con la mirada limpia, las manos curtidas y la palabra justa para arrancar una sonrisa. No era famoso por cargos ni por títulos, sino por algo mucho más grande: su capacidad infinita de dar, incluso cuando él mismo no tenía casi nada.


Pantojita no sabía de imposibles. Cada diciembre, cuando el aire se llenaba de luces y la ciudad se preparaba para la Navidad, él se ponía en marcha con un solo objetivo: alegrarles la vida a los niños más olvidados. Reunía monedas, pedía ayuda, convencía a amigos y extraños para que se sumaran a su causa. Y así, entre risas, humildad y persistencia, nacían sus famosas chocolatadas solidarias, con juguetes, payasos y el espíritu navideño más puro que uno pueda imaginar.


Era lustrabotas, sí, pero también era organizador de sonrisas, gestor de esperanza, constructor de momentos felices. En cada zapato que brillaba bajo sus manos, parecía querer lustrar también los pasos de quienes lo rodeaban, como si supiera que caminar con alegría también es una forma de resistencia.


Cuando el cáncer llegó, Pantojita no dejó de luchar, ni de dar. Incluso en sus días más frágiles, su espíritu solidario seguía vivo. Familiares y amigos, en un gesto que parecía reflejo de todo lo que él sembró, llenaron redes sociales pidiendo donantes de sangre, oraciones, aliento. Su hija, Griselda, le dedicó un mensaje que aún resuena con ternura: “Te voy a extrañar mucho, papá PANTOJITA”.


Hoy Tarija está un poco más sola sin él, pero también más llena de su ejemplo. Porque hay personas que no necesitan monumentos para ser eternas. Pantojita vive en cada niño que recibió un juguete inesperado, en cada madre que vio sonreír a su hijo gracias a un gesto sencillo, en cada rincón donde la solidaridad se convierte en acto cotidiano.


Y aunque su cajón de lustrabotas ya no camine por las plazas, su legado seguirá brillando, como esos zapatos que dejaba impecables… o como las almas que ayudó a caminar con un poco más de dignidad y esperanza.


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